Los Chanta Cuatro Con Sabor a Tango - EL CACHAFAZ Y EL PARDO SANTILLAN

Es bueno reconocer, de tanto en tanto, que al tango, en sus comienzos, lo hicieron los bailarines .....!!

El Cachafáz y el Pardo Santillán
Es bueno reconocer, de tanto en tanto, que al tango, en sus comienzos, lo hicieron los bailarines. Porque, sabido es, que el tango nació bailado. Y aquella historia del tango, como la de sus personajes, (que quizás sea lo mismo), estuvo llena de situaciones donde el coraje y la destreza marcaban la gloria o el ocaso de un compadrito, de un guapo. Historias donde el cuchillo hablaba a través de su brillo y de la sangre que quedaba en sus hojas. Pero también hubo otros duelos, quizás menos sangrientos, quizás menos violentos, pero no por eso menos intensos. Quizás eran duelos que encerraban otros significados, y que a la hora de compararlos con los de cuchillo, de alguna manera, sus protagonistas también se jugaban la vida. Esos desafios tenían como protagonistas a los bailarines.

Esta historia tiene tres protagonistas: Uno es El Cachafáz, (Ovidio José Bianquet), hombre del Abasto, que eran el centro de sus hazañas. El otro personaje es el Pardo Santillán, hombre de Palermo. El tercer personaje es, indudablemente, el tango. Y a ambos los unió, una noche cualquiera, el deseo de saber quien era el mejor a la hora de sacarle viruta al piso, siempre y cuando el piso no sea de tierra.

El desafío tuvo como testigo el legendario Hansen y los afortunados parroquianos que presenciaron aquel particular duelo.

Dicen que esa noche El Cachafáz se presentó en lo de Hansen sin compañera; quizás como una estrategia para desorientar a su contrincante. Lo acompañaba su fiel amigo El Paisanito. Santillán estaba sentado en una mesa rodeado de amigos y al ver llegar a El Cachafaz lo miró como a un sapo de otro pozo.

Pasó un rato, algo en el ambiente anticipaba que esa no iba a ser una noche común. Los tangos se sucedían con el nerviosismo y la cadenciosidad que anunciaba una tormenta. De pronto Santillán se levanta y sale a bailar con su compañera.

El Cachafaz, que hasta ese momento había estado inmutable en su mesa, recorrió con la mirada el salón y vio una mujer que estaba sola. Le hizo una seña, la mujer asintió con la cabeza y se dirigió hacia él. Juntos se mezclaron con las parejas de la pista, que poco a poco le fueron dejando lugar hasta que solo quedaron los cuatro; Santillán y El Cachafaz con sus respectivas parejas. Y dicen que ardió Troya.

Una corrida, una quebrada, una improvisación, figuras nuevas resueltas a fuerza de prepotencia e inspiración, pero El Cachafaz era más, a pesar de que desconocía a su compañera. Con el avance de los compases Santillán iba perdiendo terreno; sus amigos comenzaron a ponerse nerviosos en cuanto comprendieron que su ídolo podía perder. Amenazaron, entonces, con suspender el baile y resolver el entuerto por la fuerza. Fue allí que el Paisanito, hombre de acción, se adelantó a aquellas intenciones y en un solo movimiento sacó su cuchillo y lo lanzó de punta al aire y cayó clavándose en el piso y entonces le gritó a su amigo:
-Dales el dulce.
Y El Cachafaz, ahí no más, les dio el dulce.

Las figuras que sacaba, moviendo a su compañera, alrededor del cuchillo clavado en el piso ya eran inimitables para Santillán. Llegó un momento en que su compañera no pudo seguirlo y lo dejó solo. Dicen que El Cachafaz afeitaba sus pantalones con la afilada hoja del cuchillo.

La voz se corrió de norte a sur, El Cachafaz le había ganado al Pardo Santillán, dicen también que El Cachafáz ganó con tango, cuchillo, sin compañera y sin barra.

Carlos Hugo Burgstaller
Bibliografía: El Tango, historia de medio siglo, 1880/1930, de Francisco García Jiménez


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