Jorge Luis Borges
Salió en su defensa cuando muchos dispararon contra su tesis "negrista". En
1926, año de edición de Cosas de negros.....
Borges
salió en su defensa cuando muchos dispararon contra su tesis "negrista". En
1926, año de edición de Cosas de negros, el tango en especial y la
cultura popular rioplatense en general eran poco menos que "cosas de
negros" en un sentido no exactamente igual al sugerido por Vicente Rossi en
el título de su ensayo. Se dijo que el libro no lograba respaldar con
documentación fidedigna lo que intentaba sostener. Que su autor, un
periodista uruguayo atrincherado en una editorial cordobesa, ternía errores
ortográficos (cuando en realidad buscaba volcar en los libros los giros de
la lengua coloquial criolla). Si se piensa un instante, es lógico que aquel
Borges de criollismo y vanguardia se haya sentido atraído por este texto
delicioso y muy curioso para su época. Un escritor mal conocido y situado
al margen del sistema literario, que se nutría de la investigación
histórica como de la crónica de costumbres, no podía menos que seducir al
autor de "Evaristo Carriego".
Esta nueva reedición de Cosas de
negros, con prólogo de Horacio Jorge Becco, es un acontecimiento
cultural. Sin exageración: más citado que leído, la segunda edición del
texto (por Hachette, en una colección que dirigía Gregorio Weinberg) era de
1958 y sólo la consultaban los especialistas. Ahora Rossi coexiste en las
mesas de novedades con otros ensayos argentinos y su situación es
interesante. A grandes rasgos, puede decirse que la osada tesis del autor
no ha sido del todo desacreditada. Es cierto que Rossi cayó en cierto
"favoritismo" a la hora de adjudicarle a los afroamericanos la paternidad
de casi todos los elementos fundacionales de la vida cultural suburbana: la
milonga y el tango, las comparsas y las "academias" de baile, etcétera. Esto
irritó en su momento a Carlos Vega, más proclive al tango andaluz y la
influencia española. Pero el modo en que Cosas de negros acentuó una presencia
social y cultural que tuvo un peso mayor al que se suponía por entonces fue un
auténtico acto de reparación histórica.
Rossi le
devolvió el rostro y la voz al negro rioplatense en tiempos en que el jazz
en los Estados Unidos, el son en Cuba, el samba en Brasil y el tango en la
Argentina y Uruguay emergían con vitalidad sin que se supiera con claridad
de dónde provenían. Rossi tomó las banderas de la cultura negra y las paseó
por diversos ámbitos, sobre todo el musical. Empezó con el candombe en su
doble significación de lugar o fiesta de "negros bozales" y de ritmo
rioplatense. Siguió con la milonga y el tango, sólo diferenciados, según el
autor, por el orden cronológico y la forma de baile y se internó en los
cuartos de "las chinas" que alegraban la vida de los cuarteles, para luego
proyectarse a ese infierno de la moral femenina llamado
"academia".
Al demorarse en el tango y su éxito en Europa, Rossi pensó
bien la relación centro-periferia y el sentido de cosa exótica que, para
los europeos, tenían las "cosas de negros". Algunos párrafos de esa
parte descubren la sutileza literaria del escritor revisitado: "Y si París
creyó que iba a reírse de ''un baile de negros'', se equivocó, porque el
negro siempre ha reído el último. El tango, como buen criollo compadrón
y astuto, se dio cuenta en el acto del ambiente y derrochó allá sus
millones de sensualidad, de animalidad oliente; mareó a los asombrados
parisienses con sus deliciosos desperezamientos de hembra mimada; y sus
notas de extraña sujestión (sic) hicieron pases magnéticos en cerebros,
almas y nervios, que habían creído agotadas las sensaciones que alegran
la existencia sin malgastarla".