Argentina se forjó sobre el hibridaje y la
mezcla producidos por el aluvión inmigratorio de fines del siglo diecinueve<>Horacio Salas
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El tango: seña de identidad de lo argentino
<<<>>>Horacio Salas
Así como la Argentina se forjó sobre el hibridaje y la
mezcla producidos por el aluvión inmigratorio de fines del siglo diecinueve, el
tango, que es su reflejo, también surgió de una suma de influencias y creció sin
pautas fijas, desbordando cualquier posible modelo.
Y aunque se
afirma que El Queco, uno de los más antiguos temas prostibularios, ya era
cantado por las tropas porteñas del general Arredondo durante los días de la
sublevación de Bartolomé Mitre, tras las elecciones que en 1874 dieron la
presidencia a Nicolás Avellaneda, sus auténticos orígenes se desconocen. Sin
embargo, es posible fraguar con la imaginación aquella génesis: tal vez en un
bailongo cualquiera de las orillas, o simplemente junto a un fogón donde se
reunían las carretas para emprender la marcha con las primeras luces, alguien
pide a un improvisado musiquero que toque un tanguito, y, explicativo, silba o
tararea un ritmo escuchado en un baile de negros; un violinista comedido o acaso
otro que porta un desvencijado clarinete, le adosa a la precaria melodía un
ritmo de moda: la habanera, escuchada en el puerto. Otro partícipe pide prestada
una guitarra y consigue que el ritmo se incline a la milonga. Un compadrito que
ha visto los bailes de morenos solo desde la puerta, por estar prohibido el
ingreso a los blancos, caricaturiza algunos pasos, los exagera e invita a bailar
a un compañero. El engendro divierte y pronto se asienta en los burdeles más
pobres de la orilla. El nuevo ritmo se hace baile obligado en los tugurios. El
mito y el ritmo han comenzado. Nadie recuerda cuándo. Se carece de fechas,
documentos y testigos. Olvidos y recuerdos se confunden. Se sabe tan solo que
nació y en unos años se transformó en santo y seña del
suburbio.
En los comienzos lo interpretan tríos de violín, flauta
y guitarra: los conjuntos andan de baile y se necesitan instrumentos portables.
Al iniciarse el siglo -hacia el cuatro o el cinco- alguien agrega otro
instrumento al grupo primitivo: el bandoneón, especie de acordeón cuadrado
inventado en 1863 por Heinrich Band, un fabricante germano que lo imagina en
reemplazo del órgano, para actos religiosos celebrados fuera de los templos o en
el campo. En un paradójico destino, el bandoneón, nacido para glorificar a Dios,
al cruzar el Atlántico se arraiga en los prostíbulos y con los años se convierte
en elemento esencial de los tangos. Gracias al bandoneón el tango asume
identidad, se hace melancólico y arrastra en su sonido la triste situación del
inmigrante que añora su terruño y del criollo que se siente desalojado de los
campos que ha debido abandonar de mala gana.
Con los años, el
desarrollo musical del tango habrá de pivotar sobre dos elementos: la
profundidad de las letras y el tono reconcentrado y serio de los compases que
brotan de ese recóndito instrumento, al que el poeta Homero Manzi definió en
unos pocos versos: "Tu canto es el amor que no se dio /y el cielo que soñamos
una vez / y el fraternal amigo que se hundió / cinchando en la tormenta de un
querer. / Y esas ganas tremendas de llorar / que a veces nos inundan sin razón /
y el trago de licor, que obliga a recordar / si el alma está en orsai, ¡che
bandoneón!".
Baile de clase baja, adueñado de los
piringundines más sórdidos, el tango pronto se convirtió en un medio para que
muchos inmigrantes italianos, o sus hijos, pudieran demostrar un arraigo que
dificultaban las diferencias lingüísticas. Y así, de hecho se dio que los
conjuntos primitivos estuvieran formados por músicos de esa
nacionalidad.
Simultáneamente, la aristocracia argentina decide
al principio -como una travesura snob- acercarse a esa música orillera en sus
primitivos reductos, pero en coincidencia con el Centenario de la Revolución de
Mayo, al concluir la primera década del siglo, decidió edificar sus propios
rincones exclusivos para poder bailar tango sin necesidad de rozarse con la
plebe. Y así, en 1911, se inauguró el primer cabaret exclusivo, el Armenonville,
ubicado en los jardines de Palermo, donde finalmente ingresó el piano como
instrumento estable en los conjuntos.
Por esos años, el tango
llega a Europa como un producto exótico, baile sensual, casi pecaminoso, propio
de los habitantes de las pampas lejanas, productoras de carne y cereales, cuya
clase dirigente, culta y afrancesada, logra mimetizarse con las aristocracias
europeas. El resultado es que mientras en la Argentina la élite solo acepta el
tango como una travesura de sus muchachos, en Francia, en Alemania, en
Inglaterra y en Italia se transforma en furor. Saber bailarlo se hace
obligatorio. El éxito sorprende en la propia Argentina. El semanario El
hogar comenta extrañado: "Los salones aristocráticos (de París) acogen con
entusiasmo un baile que aquí, por su pésima tradición, no es siquiera nombrado
en los salones, donde los bailes nacionales no han gozado nunca de favor
alguno". En Europa entera se multiplican las academias, se inventa el color
tango, se crean los tés-tango, y también nacen los detractores.
Incluso Guglielmo Ferrero, al ser consultado sobre las causas de la guerra del
catorce, ironiza: "La culpa la tiene el tango". En Alemania, el Káiser Guillermo
II prohíbe a sus oficiales que bailen esa danza pecaminosa y extranjera, y en
las academias italianas de tango se exigen que las damas tengan permiso escrito
de sus padres o cónyuges para inscribirse.
La lucha de cuatro
años en las trincheras no dejó espacio para diversiones y Europa sosegó
fanatismos tangueros. En tanto, en la Argentina nace el tangocanción, casi en
coincidencia con el arribo al poder de Hipólito Irigoyen en octubre de 1916,
gracias a la ley de voto universal y secreto. En febrero de 1917, Carlos Gardel,
hasta entonces cantor de temas camperos, entona por primera vez un tango; a
partir de ese instante, letra y música se hacen inseparables. La clase media
formada por los criollos desplazados y los hijos de los inmigrantes,
mayoritariamente partidaria del nuevo presidente, adquiere así su manera de
expresión, con las palabras del tango. Esas sintéticas historias cuyos dramas se
pueden condensar en los tres minutos que dura una pieza comienzan a conformar el
espejeo de las frustraciones, la tristeza, los dolores y hasta los principios
morales y éticos del argentino medio. Necesariamente, la música se ha hecho más
lenta y reconcentrada. Ha perdido la pícara alegría de los primeros años hasta
el extremo de que uno de los máximos artífices de la poética tanguera, Enrique
Santos Discépolo, llegará a definir: "El tango es un pensamiento triste que se
puede bailar". El mismo descubrirá con escepticismo fatalista que "el mundo
fue y será una porqueria, ya lo sé / en el 503 y en el 2000 también / pero que
el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente / ya no ha quien lo niegue
/ Vivimos revolcados en un merengue / y en un mismo lodo todos
manoseaos".
Hacia 1940 el tango conoce su edad de oro, y sus
letras alcanzan definitivamente el territorio de la poesía. Pierde sus elementos
sensibleros, su dramatismo de trazos gruesos, para abordar el rescate de la
nostalgia, el amor y la soledad desde un mejor conocimiento poético que echa
mano de las posibilidades de la metáfora y los experimentos de la vanguardia
literaria. Al mismo tiempo, se ahonda el tratamiento poético de la ciudad, o de
su síntesis, el barrio, que se transforman en elementos protagónicos del nuevo
tango.
Pero los años de la guerra primera y de la dura posguerra
después, impidieron que el tango renovado se conociera más allá de las fronteras
argentinas. Para el europeo medio, el tango se paralizó con la muerte de Carlos
Gardel en el accidente aéreo de Medellín en 1935, y desconoce cualquier producto
que supere el más tradicional repertorio del mítico cantor. El facilismo y la
comodidad hicieron que en general los intérpretes y conjuntos en gira por Europa
aceptasen acotarse a las pautas más reiterativas al respecto. Pero desde hace
poco menos de una década, la presencia de creadores de la magnitud de Astor
Piazzolla y algunos de sus seguidores ha provocado sorpresa y un renovado
interés por el tango y su evolución. Y setenta años más tarde -como ocurrió
hacia el fin de la Belle époque- la música de Buenos Aires vuelve al primer
plano internacional.
El éxito sostenido de Tango,
espectáculo de Claudio Segovia, en París y Nueva York, la presencia constante de
conjuntos de primera línea en Japón, o el reconocimiento internacional de filmes
como El exilio de Gardel o Sur, de Fernando Solanas, en los que el
tango, como música y como sentimiento, ocupa un sitio protagónico, así como la
instalación de numerosas academias para aprender a bailarlo, que se han abierto
en capitales europeas son testimonio de un resurgir tanguero fuera de la
Argentina. En el país, como ocurre desde los comienzos, se habla de la crisis
final y la muerte del tango, y no es fácil obtener grabaciones de nuevos
conjuntos de avanzada. Sin embargo, su perdurabilidad pasa por otro andarivel:
el tango se ha transformado -en especial a través de sus letras- en marca de
identidad de lo argentino, o al menos de los argentinos de la zona cercada a
Buenos Aires, donde se asienta la mitad de los más de treinta millones de
habitantes del país. Y cualquier señal de identidad, para alcanzar esa
categoría, debe poseer caracteres de permanencia, y el tango los
posee.
En una región donde no existen rastros de antiguas
culturas y se tiene tan corta biografía como país, el argentino ha precisado
elaborar una mitología de las pequeñas cosas, de los hábitos cotidianos, de las
más sutiles marcas diferenciadoras. Y en esa mitología y sus rituales, el tango
ha logrado persistir en tanto, como se dijo, ha sido y es la traducción del
carácter argentino, de su escepticismo, de su tristeza, y hasta de su irónico
sentido del humor. Por ello, ninguno de los grandes escritores de este siglo,
desde Jorge Luis Borges a Ernesto Sábato, desde Leopoldo Marechal a Julio
Cortázar, desde Roberto Arlt a Adolfo Bioy Casares, han podido escapar a su
hipnotismo, y como prueba han dejado textos memorables.