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Musica: DINO SALUZZI JUNTO A SU GRUPO
Postato il Tuesday, 17 May @ 01:08:05 CEST di vamos
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El bandoneonista salteño es una
estrella de la escena europea. Tocó con los mejores músicos de jazz pero
no es un músico de jazz. Reivindica el riesgo y la improvisación y jamás
repite en un disco la fórmula de otro. Su música es siempre un viaje
Por Diego Fischerman
Su último disco, grabado por el sello
alemán ECM, es un dúo de bandoneón y batería. El baterista es Jon
Christensen –el mismo que tocó junto a Keith Jarrett y Jan Garbarek entre
muchos otros–. El bandoneonista, salteño nacido en Campo Santo, se llama
Dino Saluzzi. “Christensen y yo venimos de diferentes culturas”, explica a
Página/12. “Yo no quise convenir nada, como prueba de que ese encuentro
entre naturalezas distintas, hasta en las antípodas, puede funcionar bien
si hay comunicación. Es un disco riesgoso pero ésa es la sal: el riesgo.
Eso es lo que a uno lo mantiene vivo.” Sus primeras armas
internacionales las hizo con la orquesta de George Gruntz. Alguna vez
contó que, sin saber una gota de alemán y muy poco de inglés, era común en
esos años que le sucedieran cosas como dejar de tocar al ver la palabra
tacet en la partitura, por no entender que ésa era la parte, precisamente,
del solo de bandoneón. Manfred Eicher, el mítico fundador de ECM –donde
por ese entonces grababan Keith Jarrett, Pat Metheny y Charlie Haden,
entre muchos otros–, inventó entonces algo totalmente nuevo: un disco de
Saluzzi totalmente a solas. Las fotos de las sesiones de grabación
muestran un estudio inmenso y un hombre en una silla, con un bandoneón y
un bombo a su lado. El disco, Kultrun, es ni más ni menos que el primero
de la historia en el que un bandoneonista, ocasionalmente tocando una
percusión despojada o acompañando una melodía desolada con su voz,
improvisa durante casi una hora. Para ese sello grabó con notables del
jazz como los contrabajistas Haden y Marc Johnson, el pianista Tomasz
Stanko o el trompetista Enrico Rava. Tocó, también, sus obras para
bandoneón y cuarteto de cuerdas junto al cuarteto Rosamunde. Allí llama
tanto la atención la propia música como el hecho de que Saluzzi casi nunca
repite un mismo esquema, una misma conformación instrumental o un mismo
planteo de obra dos veces seguidas. Y como pie en tierra –o por lo menos
en tierra local–, el bandoneonista mantiene un grupo en el que toca con
sus familiares más cercanos: su hermano Cuchara en clarinete y saxo, su
hijo José María en guitarra, su sobrino Matías en bajo eléctrico y
contrabajo y, junto a ellos, Jorge Savelón en batería y percusión. Con ese
grupo, y luego de dos años de no hacerlo en Buenos Aires, Dino Saluzzi
tocó la semana pasada y volverá a presentarse hoy y mañana, a las 21.30
hs, en el ND Ateneo. El nombre de este pequeño ciclo con el que retorna no
podría ser más claro: Convocatoria. Su música, a veces, evoca gestos
del folklore rural argentino y, muchas otras, los del tango. Saluzzi, que
cuando llegó de Salta a Buenos Aires fue músico de la orquesta de Gobbi,
dice que “no se trata de una toma de posición, de algo consciente, de una
elección, sino de algo que sale por naturaleza porque durante mucho tiempo
estuve viviendo muy cerca del tango y participando de ese mundo. Lo más
importante, de todas maneras, es que no toco con esquemas de jazz. Mi
música es, me parece, una muestra de todo lo que he escuchado”. Pero el
elemento común en esa especie de viajes de rumbo incierto en que el músico
se va internando, explorando regiones tímbricas y armónicas en que permite
que un motivo rítmico o melódico prolifere en infinidad de nuevos
territorios, es la improvisación: “Es uno de los caminos de la libertad”,
define. “Aunque sobre la partitura, sobre la idea escrita, también se
pueden liberar cosas de manera que se rompa con los convencionalismos de
todo tipo.” –¿Es necesario construir primero esas cárceles para que
pueda haber ruptura? –En cierta manera sí, porque si no se genera una
expectativa en un sentido, tampoco se siente la ruptura en el otro. Para
que haya efecto hay que hacer como que se va para un lado y después ir
para otro. Tiene que haber tensión. Y eso lleva tiempo. Y ahí se confirma
la idea de Mahler, de que se puede escribir todo menos las cosas
importantes. Pero esa relación es necesaria. Para que estén esas cosas
importantes tiene que estar lo escrito; no son lo escrito, pero no
aparecen sin escritura. La música tiene que salir del papel, y no puede
ser, una vez que ha salido, una mera representación del papel. Es al
revés: el papel tiene que ser el reflejo, pálido, imperfecto, de una
realidad musical que sólo podrá existir fuera de él. –¿Qué significado
tiene un título como “Convocatoria” para un ciclo de conciertos como el
que está realizando? –Hay deseos escondidos e ilusiones y fantasías
detrás de ese título. Crear situaciones vitales, la necesidad de
encontrar, en materia musical, un objetivo común en Buenos Aires y en el
país, como por ejemplo apelar a ciertos modos de ser que protejan la
música. Que la hagan un instrumento de educación, que la hagan más próxima
a la gente que está acostumbrada a otro tipo de música o que está muy
apegada a las formas tradicionales. Para eso he llamado a músicos
notorios; he tocado con Jaime Torres y con la guitarrista Julia
Malischnig, y hoy y mañana estarán Néstor Marconi y Lito Epumer. Ese es el
anhelo. Porque hay momentos en que el músico, para decirlo groseramente,
se disfraza de académico y pierde contacto con la realidad. Y nosotros, al
reencontrarnos con esta convocatoria, nos reencontramos también con
nuestra esencia. La segunda parte de estos conciertos, por ejemplo, está
dedicada al folklore. Y es como una reminiscencia de la peña. Ese es un
punto de partida, como para arrancar. Porque la música folklórica no se
puede quedar en lo que era hace cuarenta años. Tiene que haber una
evolución, no tiene que ser sólo una fiesta sino un posible instrumento de
educación y superación. –Cuando en octubre de 2003 participó junto a
varios músicos tradicionalistas de Salta en un encuentro en la Abadía de
Royaumont, en Francia, era notoria la fascinación del público europeo
frente a una copla o una chacarera. ¿Qué sucede cuando toca esa música en
la Argentina? –Hay subestimación. Pero yo debo confesar que también la
sentí durante mucho tiempo. Lo que pasa es que también, si no se produce
una evolución, el vecino, el que está al lado, va a encontrar allí poco
más que la simple costumbre. Un europeo no está acostumbrado, se
sorprende. Pero para los que pueden escucharlo todos los días es
necesario. muchas veces, algo más. Y sin embargo esas formas sencillas
tienen una fuerza y una comunicación que son poderosas en sí mismas. Yo
creo que la creación siempre está presente. Qué se yo, una fuga de Bach
también es maravillosa pero no puede ser lo único que uno escuche, todos
los días. En relación con músicas que yo he tocado, la autocrítica que
puedo hacer es que necesitan un soporte mucho más pretencioso; que no
queden como el recuerdo o la copia fiel de lo que se hacía en el ’60.
Porque ahí habría una especie de especulación, y eso me aterra.
–Bandoneón y cello, bandoneón y cuarteto de cuerdas, grabaciones junto
a un intérprete de oud (laúd árabe) como Anouer Brahem, tríos con guitarra
y contrabajo, ahora un dúo con batería. ¿La búsqueda no se detiene? –La
búsqueda es precisamente lo que le da sentido no sólo a la música sino a
la vida. Uno no piensa dos veces lo mismo ni ve dos veces lo mismo de la
misma manera. Hasta cuando uno escucha una música que ya escuchó la
escucha siempre distinta. Tampoco es posible tocar siempre de la misma
manera ni, mucho menos, conformarse con un sonido o con una fórmula que
uno ya probó y que le dio resultados satisfactorios. Se trata de mantener
al máximo la exigencia de crear nuevos personajes visibles en la narrativa
musical, de manera diferente. De repetir, siempre, el intento más profundo
de acercarse a lo esencial. Mi próximo disco querría, por ejemplo, que no
tuviera bandoneón, que fuera un disco con obras mías pero donde yo no
tocara. Estoy pensando, también, en uno con obras de carácter folklórico
para piano. Y, despacito, estamos preparando con Cuchara uno con obras
para clarinete y bandoneón
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